Lo último que recuerdo es oscuridad a mi alrededor. Solo me dejé caer, y sí, la chica de la imagen soy yo. Es el momento después de mi caída al vacío. La soledad dentro del agua me atraía, siempre sentí que algo en ella me llamaba. Pero nunca imaginé que ese sentimiento provocaría el final de una vida hecha pedazos.
Foto: Popular Photography
Mi historia comienza justo una semana antes de esa caída. Los días transcurrían de forma normal, la vida era monótona y aburrida. En la escuela no tenía amigos y en casa mis padres discutían. La soledad me ahogaba como el agua invadiendo el lugar de la arena en la playa. Sin embargo, siempre regresaba a lo mismo.
La playa solía llamarme sin usar palabras, solo las sensaciones y la libertad que sentía en ella era suficiente. Encontrar ese lugar me ayudó a tomar las mejores decisiones, era mi refugio. Todos los sábados las olas se convertían en mis confidentes y guardaban hasta mis más profundos secretos. Las aves que volaban cerca parecían que les gustaba mi compañía, porque siempre me saludaban al llegar y se despedían al atardecer.
El domingo decidí volver a mi refugio, y fue la primera vez que remojé mis pies en la orilla. Me sentí encantada por las olas, eran mágicas. Casi sin darme cuenta, ya estaba con la mitad del cuerpo dentro del agua. Las emociones inundaban mi cuerpo. No sabía si estar feliz o asustada. Sin querer estaba venciendo el miedo a la soledad, estaba ingresando al lugar mas solitario de todos.
De alguna forma me reconfortaba estar en medio del mar. Ese llamado que me atrajo desde siempre, me tenía atrapada. Estaba cansada de ser fuerte frente a mis amigos y familiares. Y las olas me daban una tranquilidad indescriptible. Decidí solo dejarme llevar y sumergirme en las aguas más relajantes que había sentido. Caí al vacío, porque por fin me sentí en paz conmigo misma. Al salir de las aguas estaba renovada. Había nacido una nueva versión mía.
Eimmy Marisella Rodriguez Lopez
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